Existe la división de las definiciones de cultura con la C capitalizada y simplemente c lo que no considero muy justificada porque los intentos de dividir fenómenos de la vida real en superiores e inferiores siempre pierden por ser subjetivos, y, por ende, limitados. Somos una especie apurada, que no está de acuerdo con la velocidad evolutiva y no está dispuesta a esperar cuando las mutaciones azarosas transformen el mundo para satisfacer sus necesidades. En especial que nuestras necesidades crecen proporcionalmente con su satisfacción. Cultura es básicamente la transformación del mundo por los humanos y, a la vez, el mundo transformado. La particularidad de la cultura humana es que es transmitida a través de las generaciones de manera no genética. (es así más o menos define cultura Frans de Vaal y me parece muy sensato).
El significado de la cultura para el humano supera todos los significados posibles para cualquier otra criatura viviente. Los elementos de cultura se observan en los primates superiores, pero en nosotros la cultura dejó de ser un elemento, y se convirtió en el factor decisivo de nuestra humanidad. Un humano se convierte en humano únicamente si se desarrolla en el entorno socio-cultural. Solo de esta manera todas las potencialidades genéticas tienen la posibilidad de realizarse.
Al perder esta posibilidad en la edad temprana, el animal con el genoma humano se convierte en lo que el entorno lo ofreció: un lobo, un mono, una oveja, un perro. En la foto 1 vemos un Mowgli real. A pesar de la ropa, el corte del pelo y de la barba, no parece a un humano real, es una caricatura, una aproximación. Su humanidad nunca se realizó y esta criatura no tuvo la oportunidad de convertirse en un humano, aunque , quizá, en potencia, era un segundo Mahatma Gandhi o Niels Bohr.
El contexto cultural se forma como una serie de acuerdos, implícitos y explícitos, racionales e intuitivos, entre los miembros de la sociedad y se modifica por las generaciones sucesivas de acuerdo con el escenario histórico.

Tenemos la tendencia general de apoyarnos en las tradiciones justamente porque recibimos el aprendizaje de éstas en la edad muy temprana durante el periodo del desarrollo activo del cerebro, de la formación de las estructuras mentales algunas de las cuales ya no pueden ser cambiadas en las siguientes etapas de la vida.
Es la base de nuestra cosmovisión y la gran mayoría de los humanos viven absolutamente conformes con las normas impuestas por las generaciones anteriores, sin objetarlas, ni querer cambiarlas. En este sentido, me parece muy razonable el enfoque de Richard Shweder, un antropólogo y psicólogo cultural muy conocido por sus propuestas de las estructuras intencionales como la característica principal de la realidad que experimentamos.

Shweder ve la cultura y a la persona como dos caras de la misma moneda. Según él, nuestra cosmovisión se determina por la cultura en la cual nos formaron y socializaron. La cultura delimita nuestro comportamiento, nuestra comunicación con los demás, nuestra forma de pensamiento, y nuestro razonamiento tambièn.
A punto de completar primeros dos décadas del siglo XXI vemos que las culturas pueden ser agrupadas en dos grandes, muy diferentes, conglomerados: la culturas colectivistas, tradicionalmente atribuidas a las sociedades orientales,

y las culturas individualistas representadas ahora por las sociedades europeas y americanas. En las culturas colectivistas lo más importante es la armonía social, la reciprocidad,el consentimento e interdependencia. El comportamiento se forma de acuerdo con las necesidades del grupo. En las culturas individualistas domina el principio de autonomía, logros personales, la fomentación y protección de derechos individuales. En el occidente nació la idea de la realización personal, crecimiento personal, superación personal.

Dentro del entorno cultural individualista aprendemos la autoestima, la autoconciencia y autopercepción como individuo, en tèrminos personales más que en sociales. Nos motivan nuestros propios esfuerzos, nos gusta competir y la competencia llega a la cima donde siempre colocaremos a nosotros mismos.
Las culturas colectivistas son menos entendidas por nosotros, los representantes del mundo individualista. Los vemos desde afuera, pero sus valores poco a poco empiezan a conquistar nuestras sociedades. O al menos en el escenario actual, las corporaciones grandes ya dieron cuenta que fomentar la concientización social en sus miembros y trabajadores es más conveniente que motivar la realización y superación personal de cada uno de ellos.
En las culturas colectivistas, una vida no tiene el mismo valor que diez vidas, una persona tiene su función utilitaria en la existencia de la sociedad y, de acuerdo con esta función, se calcula su valor. En las culturas individualistas, como todos sabemos, una persona tiene un valor incalculable y se encuentra por encima de todos otros valores.
La responsabilidad de fracasos, errores, y crímenes nunca es únicamente personal en la sociedad colectivista, ya que cada persona se percibe por los demás como un elemento inseparable de la sociedad. La competencia en estas sociedades se manifiesta por el deseo de seguir el grupo, ser parte del grupo, colaborar y participar como los demás. Sobresalir nunca será el objetivo ya que refleja el interés y la ambición de una sola persona, una pieza insignificante, la cual tiene su valor únicamente como parte de la sociedad. Aquí los derechos y responsabilidades se tornan alrededor del rol social de la persona, mientras que en el occidente los derechos y responsabilidades son, ante todo, personales.

Es decir, ser oveja negra en una sociedad individualista, puede significar una situación personal muy particular y ventajosa. En caso de las culturas colectivistas, todos quieren tener el mismo color que el grupo.
Las diferencias culturales determinan las diferencias en las normas morales. El comportamiento de un colectivista se guía por la vergüenza ante ojos de los demás, mientras que el individualista se controla por la sensación de culpa interior. Para hacer sentir la vergüenza, se necesita una sociedad de conformistas, la eficiencia del sentido de culpa requiere el respeto hacia la ley. El que tiene vergüenza, busca esconderse, el que siente culpable, quiere corregir la situación.

En la segunda parte iremos más alla y, por fin, hablaremos de la moral. Y la tengo lista, pero te dejo leer y opinar sobre la primera. gracias por estar aqui.
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Brillante Alona, como siempre. Muy revelador conocer estos enfoques sobre la cultura, particularmente desde la perspectiva neurocientífica. Saludos
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es un tema super complejo, controversial pero muy interesante. gracias por leer, Alejandro. un abrazo
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En efecto creo que existen enormes diferencias culturales entre oriente y occidente. La cuestión será si son permeables entre sí. Un abrazo.
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sí, es así definitivamente, tanto es cierto que hasta la fisiología cerebral es en cierto grado distinta. hay muchos estudios, experimentos al respecto. en breve voy a publicar la segunda parte con un enfoque especifico, es decir la moral. es bastante ilustrativo. gracias por leerme.
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¡Muy buen artículo, Alona! Tu post complementa bastante la forma que tengo de entender la vergüenza y la culpa. Para Colín Wayne, en un artículo titulado Understanding Shame and Guilt (2017), mientras la culpa que se centra en un comportamiento específico, la vergüenza afecta la auto-percepción del ego en su conjunto. Por tanto, a nivel terapéutico es más difícil de tratar al ser más difícil de circunscribir. Nunca se me hubiera ocurrido verlo en términos de colectivistas e individualistas. Se agradece. Muy buen fin de semana 😉
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gracias, Diego, me alegra mucho saber que un especialista como usted encuentre algo que atrae su interes en mis textos. siempre super bienvenido. muchas gracias por leer. un gran abrazo
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[…] construimos lo nuevo que a su vez se recibe y se transmite por las generaciones que nos siguen. Ya hemos acordado que el concepto de cultura para nosotros no se divide en categorías y todas transformación o […]
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